Hoy vengo a destapar un secreto. Mamá, papá… soy rolero. Sí, ya sabéis que me gusta escribir, los videojuegos y, por supuesto, el cine (y todo lo que lo rodea). Soy un gran consumidor de historias. Pero con el rol, estas historias toman un enfoque que ninguno de los otros medios es capaz de lograr. Y todo gracias a la narrativa compartida.
La narrativa es algo que lo envuelve todo. No se limita a los libros o a las películas; es la historia que nos involucra a todos. Una anécdota que cuentas, un hilo de Twitter, alguna conversación que escuchas, una clase que das. Pero en todos los medios en los que la narrativa que abre paso siempre te obliga a tomar un papel: narrador o espectador.
Con el rol, la narrativa explota, aunque no he venido a hablar de rol, sino de una de las cosas que lo convierten en algo tan atractivo para alguien que disfruta contando historias: en la narrativa rolera. Te conviertes en narrador, espectador, creador y actor, protagonista, personaje secundario, monigote de relleno, en el bueno y en el malo, en el feo y en el guapo; todos los participantes ocupan todos los papeles del discurso narrativo. Por ello, se genera una narrativa nueva que no pertenece a una única persona. Sí, es cierto, se vive la historia que el narrador ha decidido contar (generalmente en consenso con los participantes), pero la narrativa se crea entre todos.
No se trata de una clase magistral, sino de algo que se crea en grupo. Por supuesto, ha de haber un narrador/profesor que sea capaz de unir todos los hilos narrativos, pero lo importante, lo esencial, es que cada uno de los participantes aporta algo a la narrativa conjunta, algo que solo esa persona puede aportar: deja de ser un espectador para convertirse en el narrador que eleva la historia al siguiente nivel a través de sus actuaciones y palabras, como haría cualquier buen actor/actriz.
Ser parte de esa narración hará que los integrantes se impliquen, pues ya no es algo que les están contando, es lo que son, algo que ellos mismos están creando y ayudando a construir.
Ahora bien, la parte más personal es cómo aplicar esta “técnica” en tus aulas. ¿Qué hilo narrativo puedes seguir que, dentro de tu metodología, permita integrar de una forma orgánica todo esto de la narrativa compartida? ¿Cómo convertir a tus estudiantes en protagonistas de su aprendizaje?
Esto es un proceso personal, ya que cada temática responde a unas necesidades precisas, y muchas son extrapolables y adaptarlas no siempre es fácil. Posible, sí, pero no fácil. Hay que tener en cuenta que ni el temario ni los estudiantes son iguales en una asignatura de fisiología, por ejemplo, que en patronaje.
Cuando he tratado de aplicar esto en alguno de los cursos que imparto siempre ha habido buena aceptación por parte de los alumnos. Claro que no hay que llegar y pum, todos a compartir la narrativa; se les avisa con tiempo, se habla con ellos y se llega a un consenso. Cuando comienza a fluir esta mecánica en el aula, su implicación aumenta de manera exponencial, y surge un problema que, desgraciadamente, no tiene fácil solución, pero es un escollo que hay que superar, ya no tanto por la narrativa, sino por el propio alumno.
Y ese problema es el miedo a la exposición por parte del alumnado.
En el rol es habitual ceder el foco o, por el contrario, acapararlo. Con esto me refiero a quién lleva la voz cantante durante cierto momento en la narración, quién está hablando, quién está haciendo algo, en quién nos estamos fijando porque es su momento de brillar y todas las miradas y orejas están pendientes de lo que dice y hace. Es habitual que eso provoque cierto bloqueo por parte del alumno al sentirse expuesto cuando el foco (imagina una luz, por ejemplo, en medio de la oscuridad que sólo ilumina a esta persona) incide de lleno sobre él/ella.
Sí, puede ser difícil superar esta barrera natural, pero es algo que hay que hacer. No es buena idea forzarlo, lo mejor es ir poco a poco. Dirige el foco sobre esa persona un par de veces por sesión, poco a poco, y ve aumentando el número de veces que lo haces. Es bueno para los alumnos que vayan perdiendo esa vergüenza a hablar en público, y este puede ser un buen ejercicio para ello.
Como dirían nuestros compañeros del Postgrado en Oratoria para el Liderazgo, muchas personas sufren glosofobia (miedo a hablar en público), y piensan en la cantidad de sueños que se han quedado sin cumplir, las metas que no se han alcanzado o los objetivos que no se han completado precisamente por una mala exposición de una idea. Por eso, tenemos que ayudar en nuestras clases a que esas personas vergonzosas aprendan a sobreponerse a ese miedo escénico implícito en ser el centro de atención.
Por lo tanto, te aconsejo que, si quieres que tus alumnos compartan tu narrativa y aporten su granito de arena en la creación de una historia que culmine con que aprendan algo (no sólo que lo memoricen), empieza detectando cuáles pueden ser sus intereses “socio-narrativos” para, tras avisar de tus intenciones, empezar a crear una historia en conjunto.
No es necesario meterse en una gamificación, ni preparar una gymkana en Hogwarts (aunque ambas opciones son 100% aconsejables y las recomiendo encarecidamente), pero es importante idear una forma en la que los alumnos participen y aporten a la clase. Déjate llevar, mezcla dinámicas y metodologías. Un poco de flipped acompasado con evaluación entre pares, sazónalo, por ejemplo, con algo de gamificación. No me voy a meter en lo que necesita tu grupo, pues es algo que sólo tú puedes saber.
Y tal vez (y solo tal vez), la próxima vez que leáis un artículo mío por aquí, saquéis alguna idea para dar algo de cuerpo a lo que os acabo de contar.
Bibliografía
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